SUPERSTICIONES
Y MISTERIOS MUSICALES
El guitarrista de blues Robert Jonson (1911-1938)
reconoció en una de sus canciones haber vendido su alma al diablo en un cruce
de caminos de Mississippi para conseguir así su tremendo talento para tocar la
guitarra.
El número 13 acompañó al compositor alemán Richard Wagner
en muchas situaciones de su vida, nació en un año terminado en ese número, 1813
y murió un 13 de febrero de 1813. Compuso 13 óperas y el teatro en donde estuvo
por primera vez al frente de una orquesta se inauguró un 13 de septiembre.
Johann Sebastián Bach (1685-1750) dejaba sin aire tanto al público que
reverenciaba su obra como a los músicos que la tocaba. En el estreno de una
obra suya al aire libre, un trompetista murió por el sobreesfuerzo de los
soplidos. Después de su desvanecimiento en pleno concierto, en su lecho de
muerte sus últimas palabras fueron: "este Bach, ha conseguido acabar
conmigo..."
El violinista Niccolo Paganini (1782-1840)
era capaz de despertar con su violín intensas emociones y de congregar a
legiones de admiradores, aunque en ocasiones, por su figura, su vestimenta y
por el aura que le rodeaba, fuera sospechoso de supuestos pactos con el diablo
o de ser, directamente, él mismo el diablo.
Para el compositor andaluz Manuel de
Falla (1876-1946) una de sus mayores preocupaciones era estar
siempre limpio. Sentía una aversión enfermiza por la suciedad y llegaba a
extremos como desinfectar personalmente con alcohol cada una de las teclas del
piano en el que tocaba cuando daba un concierto. Además, la tendinitis que
llegó a desarrollar en su madurez se debió sin duda al hábito de lavarse las
manos casi constantemente.
El compositor austriaco Gustav Mahler (1860-1911)
andaba de cabeza con un determinado pasaje de su Sinfonía nº3 que no llegaba a acabar. La solución la halló en un
sueño, en que escucho una voz que le dijo: “Deja que las trompas entren tres
compases después”. De ese modo, Mahler logró resolver el problema compositivo
que tenía en ese momento y pudo completar maravillosamente su tercera sinfonía.
Un hecho real inspiró a Gaston Leroux su célebre novela El fantasma de la ópera. Ocurrió en la
Ópera Garnier, en París, el 20 de mayo de 1896. Las representaciones de Faust, de Charles Gounod (1818-1893)
despertaban expectación y aquella noche dos mil personas disfrutaban de esta
ópera maravillosa. De pronto, un ruido empezó a hacerse cada vez más
perceptible. El contrapeso que sostenía la gran lámpara de la sala –que pesaba
más de ocho toneladas- cedió y cayó sobre el público. Hubo muchos heridos pero
solo una víctima mortal. Por cierto, esa víctima era una señora que ocupaba el
asiento… número 13.
El 25 de mayo de 1908 se inauguró el teatro Colón
de Buenos Aires, uno de los coliseos operísticos más importantes del mundo. Por
culpa de la superstición, muy extendida, de que aquellos que intervienen en la
función inaugural de un teatro no triunfarán, dos auténticas estrellas del
momento renunciaron a protagonizar la ópera que estaba previsto representar. En
su lugar, se ofreció otro espectáculo con un reparto de segunda fila. La cosa
empezó mal. Fue un fracaso.
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