domingo, 27 de enero de 2013

SUPERSTICIONES Y MISTERIOS MUSICALES


 

SUPERSTICIONES Y MISTERIOS MUSICALES

 

El guitarrista de blues Robert Jonson (1911-1938) reconoció en una de sus canciones haber vendido su alma al diablo en un cruce de caminos de Mississippi para conseguir así su tremendo talento para tocar la guitarra.
 


El número 13 acompañó al compositor alemán Richard Wagner en muchas situaciones de su vida, nació en un año terminado en ese número, 1813 y murió un 13 de febrero de 1813. Compuso 13 óperas y el teatro en donde estuvo por primera vez al frente de una orquesta se inauguró un 13 de septiembre.




Johann Sebastián Bach (1685-1750) dejaba sin aire tanto al público que reverenciaba su obra como a los músicos que la tocaba. En el estreno de una obra suya al aire libre, un trompetista murió por el sobreesfuerzo de los soplidos. Después de su desvanecimiento en pleno concierto, en su lecho de muerte sus últimas palabras fueron: "este Bach, ha conseguido acabar conmigo..."


 
El violinista Niccolo Paganini (1782-1840) era capaz de despertar con su violín intensas emociones y de congregar a legiones de admiradores, aunque en ocasiones, por su figura, su vestimenta y por el aura que le rodeaba, fuera sospechoso de supuestos pactos con el diablo o de ser, directamente, él mismo el diablo.



 
Para el compositor andaluz Manuel de Falla (1876-1946) una de sus mayores preocupaciones era estar siempre limpio. Sentía una aversión enfermiza por la suciedad y llegaba a extremos como desinfectar personalmente con alcohol cada una de las teclas del piano en el que tocaba cuando daba un concierto. Además, la tendinitis que llegó a desarrollar en su madurez se debió sin duda al hábito de lavarse las manos casi constantemente.


 
El compositor austriaco Gustav Mahler (1860-1911) andaba de cabeza con un determinado pasaje de su Sinfonía nº3 que no llegaba a acabar. La solución la halló en un sueño, en que escucho una voz que le dijo: “Deja que las trompas entren tres compases después”. De ese modo, Mahler logró resolver el problema compositivo que tenía en ese momento y pudo completar maravillosamente su tercera sinfonía.



Un hecho real inspiró a Gaston Leroux su célebre novela El fantasma de la ópera. Ocurrió en la Ópera Garnier, en París, el 20 de mayo de 1896. Las representaciones de Faust, de Charles Gounod (1818-1893) despertaban expectación y aquella noche dos mil personas disfrutaban de esta ópera maravillosa. De pronto, un ruido empezó a hacerse cada vez más perceptible. El contrapeso que sostenía la gran lámpara de la sala –que pesaba más de ocho toneladas- cedió y cayó sobre el público. Hubo muchos heridos pero solo una víctima mortal. Por cierto, esa víctima era una señora que ocupaba el asiento… número 13.

 

El 25 de mayo de 1908 se inauguró el teatro Colón de Buenos Aires, uno de los coliseos operísticos más importantes del mundo. Por culpa de la superstición, muy extendida, de que aquellos que intervienen en la función inaugural de un teatro no triunfarán, dos auténticas estrellas del momento renunciaron a protagonizar la ópera que estaba previsto representar. En su lugar, se ofreció otro espectáculo con un reparto de segunda fila. La cosa empezó mal. Fue un fracaso.
 

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