Es el momento de que MªJosé Cano, profesora de Lengua y Literatura del "Celso" nos encandile con su relato, narración,...
COMENTARIO DE TEXTO
Un terremoto brutal devastó Nicaragua
en mil novecientos setenta y dos. Aquella fue la primera catástrofe humanitaria, como diríamos hoy, que registré en mi
memoria y me afectó profundamente porque, en esa época, mi profesor de gimnasia
era nicaragüense. Lloré muchas noches imaginando que su familia pudiera
agonizar entre escombros, como los protagonistas de los reportajes, que
entonces se llamaban damnificados y
hoy víctimas de, y recuerdo lo
orgullosa que me sentí de mi madre cuando, tan conmovida como yo, decidió
ayudar a mi profesor (hoy diríamos solidarizarse
con) y, al igual que otras muchas madres, esperó a la salida de clase para
entregarle un sobre con varios billetes –lo que entonces se llamaba donativo y hoy colaboración desinteresada.
Mi profesor recibió los gestos
maternales con sendos apretones de manos y todos estuvieron de acuerdo en
suspender las clases de gimnasia durante un tiempo para que él pudiera regresar
a su país (entonces decíamos su tierra)
y ayudar a sus compatriotas (que se llamaban paisanos).
Pero las clases se reanudaron
enseguida, impartidas esta vez por un profesor filipino y cuando, poco después,
regresó desde Managua el que hoy llamaríamos titular, descubrió que su puesto ya estaba ocupado y no precisamente
por un sustituto ya que, como informó
el director del colegio, el filipino cobraba menos y eso estaba muy bien.
Sin embargo, el precio de la clase de
gimnasia se mantuvo inalterable porque con lo que el colegio pensaba ahorrar en
el salario del filipino (y algunos podrían llamar plusvalía) se iban a afrontar mejoras necesarias, que nunca
llegaron a ejecutarse, en las instalaciones (hoy, infraestructuras) del colegio.
Meses después, algunas madres como la
mía se reunieron (en jerga actual, se
movilizaron) para localizar a mi antiguo profesor y regalarle una bonita
cesta de Navidad, y regresaron tranquilas y satisfechas a casa (o sea, realizadas) después de comprobar que él,
aunque un tanto desmejorado, reconocía su detalle con lágrimas de agradecimiento.
Hay cosas que nunca cambiarán de
nombre.
María José Cano
(Lengua y Literatura)
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