LA VOZ
Una
majestuosa ave carroñera se posó delicadamente entre los restos de tela y piel
recién tintados de tibia sangre.
Manchas
púrpuras y pequeños charquitos de aceite tapizan la hierba.
Cristales
dispuestos como piezas de rompecabezas se mantienen próximos.
Una
reluciente yanta cubría, a modo de escudo, el pecho inerte de un hombre.
La radio
siguió amenizando la escena hasta que la voz de Marley se apagó.
Maite Orte
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