Paseo nocturno
Sandra
e Irene salen todas las noches a pasear, bien equipadas, con sus zapatillas de
deporte y su chándal. Cada noche quedan
en un punto de reunión, siempre con puntualidad británica: sin dar la última
campanada de las diez de la noche, están en el punto de encuentro, preparadas
para recorrer el kilómetro y medio de distancia que recorren todas las noches.
Da igual el tiempo, lluvia, frío, calor, incluso nieve, ellas van a su paseo. Es
una manera de evadir toda la tensión acumulada durante el día.
Se
van cruzando con toda clase de personas y el saludo se produce por rutina,
parece una formalidad, “hola”, “adiós”, “¿qué tal?”. El gentío encontrado
durante el paseo es incesante.
Cuando
van subiendo por el cauce del río, siempre se encuentran a una joven con un
perro color canela; ese momento es muy amigable, se saludan con afecto y alegría.
Nunca
podrían sospechar que esa fuera la última noche que volverían a ver a esa
peculiar pareja. Las salidas nocturnas, seguían siendo iguales, el mismo
recorrido, la gente, los saludos mecánicos, todo volvía a ser casi igual, lo
único diferente era el momento del encuentro, que no se producía. Era un pesar
muy grande, que recordaban con anhelo: el saludo y el regocijo del perro color
canela cuando las veía llegar por el camino
Gloría Ezquerro
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